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Lía Goren – Awayo

LA SABIDURÍA DE LOS ECOSISTEMAS APLICADA A LA CONVIVENCIA HUMANA

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Categoría: Diálogo

Que la diversidad nos convoque

Que la diversidad nos convoque

No somos páginas en blanco

Si le pedís a distintas personas que escuchen una palabra como calabazas, vacaciones o amistad y luego les preguntás qué fue lo que evocaron con esas palabras, con seguridad, cada una de ellas te va a contar algo diferente. Puesto que han tenido vidas diferentes van a recuperar recuerdos y emociones también diferentes.

Pensá por un momento en lo que la frase “vacaciones divertidas” significa para vos.  Sin duda alguna, comenzarás a evocar las vivencias, las imágenes, los sonidos y los sentimientos que conformaron tu propia experiencia personal de lo que fueron vacaciones divertidas. Otra persona evocará experiencias diferentes y es probable que hasta le resulten divertidas cosas que para vos quizás no lo sean. ¿Quién tiene la razón? Ambos, cada uno dentro de su propia historia personal.

 

La palabra no es la experiencia que describe

Comprendemos a los demás en la medida en que compartimos una base común de experiencias y lenguaje compartidos. Habrás de coincidir o no con el criterio de belleza adjudicado por otras personas a una obra de Salvador Dalí o a la 6° Sinfonía de Beethoven en función de los criterios artísticos en los que has sido socializado.

¿Alguna vez te sucedió que un aroma o algún sabor te transportó, prácticamente de inmediato, hacia algún evento de tu pasado?  Nunca percibimos ni damos sentido a lo que nos sucede desde el vacío y no hay neutralidad en el proceso de comunicación, apreciación e interpretación de las circunstancias que vivimos. Si se tiene en cuenta que aun antes de nacer los bebés son receptivos y sensibles a una cantidad de estímulos y experiencias provenientes de la madre y de su entorno y que estamos dotados de una determinada herencia genética, se podría afirmar que desde el nacimiento ya poseemos un importante grado de diferenciación y que hemos dejado de ser páginas en blanco o “arcilla sin moldear”, como les gusta decir a muchos –especialmente en el ámbito de la educación y la orientación familiar–.

Existe una interacción y retroalimentación constante entre cada nueva experiencia y los modelos mentales que se han construido previamente en el proceso de comprender y operar con la realidad. Todo evento es integrado en el marco de lo que ya hemos aprendido y lo que hemos aprendido genera parecidos y diferencias en la manera en que ese evento es integrado. La compleja red de significados , sentimientos, valores y creencias compartidos son una condición necesaria para la supervivencia humana, ella resulta absolutamente indispensable para coordinar las acciones y las respuestas que el vivir demanda a cada paso. Reconocer las señales que indican cuando se avecina una tormenta es tan útil como conocer el lenguaje del lugar donde vivimos o estar entrenado en las convenciones sociales requeridas para ser aceptado o valorado por los demás. De esto se trata el proceso de socializarse en el hábitat natural y cultural en el que se vive.

 

Las etiquetas y la génesis del prejuicio

Como parte del proceso de vivir vamos clasificando, tipificando y poniendo etiquetas a nuestras experiencias. Cuando una persona se quema con la llama de una vela puede ponerle a su experiencia una etiqueta a su experiencia que dice: “la llama de una vela alumbra y también quema” y luego puede agregar otra etiqueta que dice: “ten cuidado cuando prendas una vela”.

Pero ante las mismas circunstancias, otro sujeto puede confeccionar una etiqueta que dice: “las velas son peligrosas” y luego podría agregar otra etiqueta que dice: “jamás prendas una vela”.

Dos maneras de componer una misma experiencia que determinarán de manera muy diferencial la vida futura de estos dos personajes.

En el mismo sentido, dos compañeros de trabajo pueden tener una mala experiencia con un tercero de determinada nacionalidad llamado Juan. Uno de ellos comenta: “Lo que hizo Juan hace que ahora desconfíe de él”, mientras que el otro comenta que “no esperaba otra cosa de Juan”, dado que “todos los de su nacionalidad son iguales”.

¿Qué hace la diferencia? El primero categoriza a las personas como confiables o no confiables en función de comportamientos específicos y circunstanciales, y en base a ello, Juan pasará a formar parte de las personas no confiables de su red de relaciones. El segundo personaje, en cambio, observa la situación con los lentes de una categoría previa destinada a todas las personas de esa nacionalidad, la cual incluye el hecho de que dichas personas siempre se comportarán como se comportó Juan y nunca se puede esperar otra cosa en ellos. Las veces en que otras personas de esa nacionalidad hagan lo contrario a su creencia, catalogará a esas conductas simplemente como una excepción a la regla. Los prejuicios se alimentan de este mecanismo como parte de su génesis.

 

Los actos lingüísticos

En su libro Ontología del lenguaje, Rafael Echeverría escribe acerca de los “actos lingüísticos” y aporta una enorme claridad a la hora de entender cómo opera el lenguaje y sus consecuencias en la vida de las personas. Entre esos actos lingüísticos están las afirmaciones, las declaraciones y los juicios y al respecto dice lo siguiente:

Cuando hacemos afirmaciones hablamos del estado de nuestro mundo y, por lo tanto, estamos hablando de un mundo ya existente. Las afirmaciones tienen que ver con lo que llamamos normalmente el mundo de los “hechos”.

De forma resumida, una afirmación es una proposición respecto de aquello que se observa. Esto debe incluir el estar conscientes de que la “observación” no es un proceso neutro u objetivo, sino que la atribución de sentido o interpretación de un fenómeno observado siempre está sujeta a la historia personal del observador.

No sucede igual con las declaraciones, ya que ellas no se refieren al mundo de los hechos sino que tienen el poder de generar nuevas realidades. Mediante las declaraciones la palabra ya no sigue al mundo sino que genera nuevos mundos. Como dice Echeverría, cuando hacemos una declaración

… el mundo es transformado por el poder de la palabra.… A las declaraciones las encontramos en todas partes a lo largo de nuestra vida. Cuando el juez dice ‘¡Inocente!’; cuando el oficial dice ‘Los declaro marido y mujer’; cuando un maestro dice ‘Aprobado’”.

 

Una vez hecha una declaración la realidad ya no es la misma

Por su parte, los juicios son actos lingüísticos que pertenecen a la categoría de las declaraciones. Tomemos el caso de las calificaciones escolares. Ellas determinan la condición de aprobado o desaprobado. Un ‘aprobado’ conlleva un poder generativo respecto de la vida de los sujetos destinatarios de esa declaración.

Imaginemos que un niño o una niña de 12 años han tenido la oportunidad de aprender por fuera del sistema escolar todo lo que sabe un estudiante escolarizado de su misma edad, y quizás más. Sin embargo, en tanto la posesión de esos conocimientos no sea declarada oficialmente mediante algún tipo de certificado, para el sistema educativo sus conocimientos no tendrán validez. La identidad y las posibilidades para la vida futura de ese niño o esa niña serán bien diferentes antes o después de la acreditación legítima de sus saberes.

En palabras de Echeverría:

Los juicios son como veredictos. Con ellos creamos una realidad nueva, una realidad que sólo existe en el lenguaje y son un ejemplo de la capacidad generativa del lenguaje… Si decimos: “Esta reunión de capacitación es aburrida.” ¿Dónde habita lo aburrido? El juicio habita en la persona que lo formula. Si una comunidad ha otorgado autoridad a alguien para emitir un juicio, éste puede ser considerado como un juicio válido para esa comunidad. No es igual si lo dice un compañero de trabajo o lo dice un jefe. Lo que hace la diferencia es la autoridad conferida a la persona que hace la declaración.

 

Los juicios y los prejuicios generan realidad

Abordar aquí el tema de los actos lingüísticos tiene por objeto reforzar lo dicho más arriba respecto de la génesis del prejuicio y los estereotipos. El primero de los dos personajes que se quema con la llama de la vela, afirma que las velas encendidas poseen una llama que puede alumbrar y que esa misma llama también puede quemar. En cambio, el segundo personaje dice que las velas son objetos peligrosos y debería haber leyes que declararan prohibida su fabricación.

El proceso de etiquetado tiene en su génesis este mecanismo que no diferencia entre una descripción  y una declaración. Una vez que hemos declarado que “las velas son peligrosas” o que “todos lo de su nacionalidad son iguales” se ha producido un proceso de atribución generalizada de significados que distorsiona, dificulta y restringe las posibilidades de una persona para actuar en el mundo y relacionarse con los demás. Ese momento posible del proceso desarrollo de un sujeto habrá de definir la vida que va a vivir y su identidad.

 

Tus comentarios son súper bienvenidos. Y si lo que leíste te pareció interesante te agradezco que compartas en tus redes. 

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Autor Lia GorenPublicado el septiembre 17, 2019noviembre 16, 2019Categorías Aprendizaje Social y Emocional,Conversaciones,Convivir,Diálogo,Diversidad,Educación,FamiliaEtiquetas convivencialidad,Convivir,Diálogo,Diversidad,Etiquetamiento,Labeling,Noviolencia,Ontología del lenguaje,prejuicio,Rafael Echeverría2 comentarios en Que la diversidad nos convoque

La escucha activa

La_Escucha_Activa

Esta entrada es una colaboración de María Inés Pozzato, a quien agradezco su dedicado e interesante testimonio.


Para ser un oyente activo, debemos intentar ir más allá de las palabras y formar una imagen rica de las emociones e intenciones de la otra persona.  —  Shane Parrish

Hace tres años sabía muy poco acerca de la escucha empática. Hasta que conocí a Lía Goren y su espacio de aprendizaje, Awayo. Fue una bisagra en mi vida, aprendí muchas cosas que mejoraron significativamente mi calidad de vida, y lo sigo haciendo actualmente. Una de ellas es la que se refiere a la escucha empática.

La escucha empática es aquella donde no hay lugar ni para el juicio ni para la crítica. Es la que da la oportunidad de hablar de los sentimientos y de enfrentarse a ellos.

Para que se entienda mejor voy a contar algo que me ocurrió hace poco con Santiago, mi sobrino de cuatro años, en mi casa.

Aprender a sintonizar la emoción

Él ya estaba en la cama, a punto de dormirse, pero antes quiso que le contara una historia sobre Mafalda y sus amigos. A Santi le gusta mucho esta historieta y me pidió que miráramos juntos alguna de las tiras. Y resultó que justo abrí la revista en una donde la maestra escribe en el pizarrón: “Mi mamá me ama, mi mamá me mima”. Mafalda se levanta de su banco y se dirige hacia dónde está la maestra, le da la mano, la felicita por la mamá que tiene y luego le pide que les enseñe cosas interesantes.

Le describí a mi sobrino lo que estaba ocurriendo, y apenas terminé de hablar me preguntó si la maestra le había puesto una nota a Mafalda.

Enseguida sintonicé con su necesidad de desahogarse. Y me acordé de algo que pasó unos días antes en su casa, sentados en el piso de su cuarto. Santi tenía una pizarra sobre su falda y, mientras la garabateaba, repetía con risa nerviosa: “¡Le estoy poniendo una nota!”. ¿A quién?, le pregunté. No recuerdo a quién nombró, pero lo que sí recuerdo fue su aclaración: “porque se porta mal”.

Volviendo al momento de la noche en mi casa, le respondí que sí, que la maestra le había puesto una nota a Mafalda. Me preguntó por qué y le respondí que a la maestra no le había gustado que Mafalda se quejara de que ella no le estaba enseñando cosas interesantes.

Cuando terminé de responderle lo miré y observé varias cosas: que por un momento Santi sentía el alivio de que eso no le pasaba solo a él si no también a Mafalda, un personaje significativo y querible para él.  Y noté también que, a su vez, este alivio le daba la confianza para tomar acción: pedirme fervientemente que le escribiera a Silvia una nota, con un mensaje claro y firme: que no ponga más notas, y que no vaya más al jardín. Le propuse dejarlo para el día siguiente, porque ya era muy tarde, pero él insistió y yo accedí.

Santiago y yo

Santiago es un niño muy sensible, y mientras hablaba, por momentos se le quebraba la voz. No quería que se fuera a dormir angustiado. Entonces busqué un lápiz y un papel. Santi suele ser bastante hermético, no le resulta fácil hablar de lo que le pasa. Repasando ese momento, entiendo que todo lo que me dijo a continuación solo pudo expresarlo gracias al interés que yo puse en escucharlo, porque respeté su ritmo para hablar, pero por sobre todas las cosas, porque me puse en su lugar. Me pareció tan enriquecedor el diálogo que decidí transcribir un fragmento:

Yo: Bueno, dale, ¿qué escribo?

Santi: No más notas porque si no te voy a poner una nota, porque te portás tan feo, con una carita fea…No tiene que andar poniendo notas…Las notas son aburridas….

Yo: ah… si, son aburridas las notas… ¿Y pone muchas notas?

Santi: Si…y poné que no vuelva al jardín, que nunca más pueda volver y poner más notas…

Yo: Y por qué te parece que Silvia pone tantas notas?

Santi: (piensa) …

Yo: ¿Puede ser que Silvia esté triste? Mi hermana me había comentado que Silvia tenía muy buena reputación en la escuela, pero que este año tenía varios problemas personales, y que estaba muy cansada.

Santi: no, no está triste, está enojada!

Yo: ¿Sabés que a veces la gente se enoja cuando está triste?

Santi (piensa): ahh….

Después Santi me dictó unas cuantas cosas más sobre su maestra, yo guardé la nota para dársela a mi hermana y nos dormimos.

Al día siguiente, cuando Santi se tenía que vestir para bajar a desayunar empezó a dar vueltas, como suele hacer. Entonces yo le dije que por favor se terminara de vestir para poder desayunar tranquilos, antes de que su mamá viniera a buscarlo. Pero Santi  se hacía el distraído y jugaba en lugar de vestirse. Entonces aproveché y le dije que a lo mejor Silvia, su maestra, se enojaba porque él no la escuchaba cuando ella le hablaba. Y agregué que a mí tampoco me gustaba que no me escuchara cuando le hablaba. No dijo nada, pero se vistió y cuando bajamos a desayunar parecía haberse olvidado del tema. Estaba tranquilo, contento, como suele estar cuando se queda en casa.

El valor de la escucha empática

Esta pequeña anécdota me hace reflexionar sobre el valor de la escucha empática.

–  Por un lado, crea vínculos confiables. Santi pudo hablar de algo que lo angustiaba mucho porque sintió la confianza que genera escuchar con interés y sin juzgar, con el propósito de brindar la oportunidad de expresar los sentimientos, simplemente acompañando.

–  Y a su vez, este vínculo confiable genera respeto y autoridad.

–  El haber escuchado a Santi, haciéndole saber que lo entendía y que compartía su malestar por las notas, le permitió estar abierto y aceptar otros puntos de vista, el mío y el de la maestra, con respecto a las veces en que él no tiene en cuenta al otro, no lo escucha, no le presta atención.

Independientemente de los motivos que Santiago tenga para actuar de esta manera, me parece clave no mezclar, aprender a separar estos dos eventos.

–  En el momento en que Santi  está angustiado, dejo que se desahogue, lo escucho, lo acompaño, no juzgo, no doy consejos, valido sus sentimientos. Y cuando es el momento oportuno, hago valer mi derecho de decirle lo que a mí no me gusta de una situación, mi derecho a decirle cómo me siento con algo que hace y a pedirle que deje de hacerlo. En otras palabras, le estoy enseñando a expresar sus sentimientos y su parecer con mi propio ejemplo.

Gracias otra vez, María Inés Pozzato, por tu enriquecedora colaboración a este blog.

Si te pareció de interés agradezco que compartas. Tus comentarios son bienvenidos.

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Autor Lia GorenPublicado el agosto 13, 2017enero 30, 2019Categorías Aprendizaje Social y Emocional,Conversaciones,Convivir,Crianza,Diálogo,Educación,Familia,Inteligencia EmocionalEtiquetas Conversaciones,Educación,Escucha activa,Familia,Inteligencia emocional,Inteligencia social,María Inés Pozzato,Saber escucharDeja un comentario en La escucha activa

La vida es vida de relación

empathy

EL IDEAL

“¿No será que me aferro demasiado al ideal?” Esta es la pregunta que hace unos tres meses se hizo a sí misma una mujer y madre al comienzo de nuestra conversación. Con enorme agrado de mi parte, me daba cuenta de que ella ya había dilucidado una clave fundamental del problema que tenía por delante y eso dejaba libre de escollos el camino de aprendizajes que íbamos a recorrer.

“Debo flexibilizar mi pensamiento.” Esta afirmación la hizo pocos días después otra mujer y madre en el marco de una interesante conversación en un foro de crianza online. Lo que estaba en debate partió de la pregunta de otra mujer acerca de cuánto debía apegarse a las sugerencias de crianza cuando veía que su bebé y la situación la invitaba a una respuesta diferente de la sugerida.

Estas dos experiencias, tan cercanas en cuanto a la mirada sobre la relación con los hijos y las hijas, me llevaron a garabatear este post partiendo de lo que yo misma comenté cuando participé de esta segunda conversación.

EL IDEAL INTERFIERE LA RELACIÓN

Para los seres humanos la relación lo es todo. Esto es válido para todos en todo momento de nuestras vidas. Pero en el caso de los bebés y niños pequeños la relación es absolutamente fundante de su sí mismo, de su salud física y emocional y, por lo tanto, de su desarrollo.

Si hacemos de la teoría (cualquier teoría) un ideal de perfección y la crianza se ata de manera ortodoxa a esos ideales, nos distraemos de la relación en la búsqueda de un resultado.

Ese hijo idealizado en un texto nos convierte en madre o padre de libro y nos aleja de la relación real, posible, presente.

Cuando vemos al hijo o la hija a través de ese filtro, la mirada se entorpece y estamos menos presentes de lo que deseamos. Nos enfocamos en lo que le falta respecto al ideal y en lo que debería cambiar para alcanzarlo. Dejamos de ver a ese niño o niña que está ahí, solo y, probablemente, viviéndose a sí mismo incompleto o inadecuado.

Es absolutamente paradojal. Cuantas menos expectativas ideales ponemos los padres y las madres sobre nosotros mismos y sobre nuestros hijos e hijas, el mundo posible entre ambos se expande hacia lugares novedosos. Surge la posibilidad de la realización en un encuentro libre y creativo.

LA RELACIÓN

“En el comienzo es la relación.”  – Martin Buber

Nichan Dichtchekenian es un psicólogo brasilero. Llegué a saber de él gracias a un video que compartió Angela Regina Pilon, una amiga virtual, psicóloga y dueña de una sensibilidad y clareza que admiro.

El video, disponible en internet, se titula “Diálogo como camino hacia la casa del hombre“ y es una de las exposiciones más claras y accesibles que conozco relacionaldas con el pensamiento de Martin Buber y con el significado que este autor le da a la relación como fundamento de nuestra humanidad.

El idioma de la charla es el portugués. Transcribo traducidos algunos tramos que interesan al planteo de este post:

… Afirmo que, desde siempre, el hombre es ‘relación con’. Y que esa condición de relación no es una eventualidad, sino lo que ya es dado al hombre en su existir. Entonces, vivir una relación no es una elección o un máximo de existencia que cada hombre vive, sino un acontecer originario en el cual el hombre se encuentra sumergido.

… Relación quiere decir la no reducción de la persona a la característica de objeto: esta persona tiene tales o cuales cualidades y, por lo tanto, forma parte de esta o aquella categoría.

… las posibilidades de cada hombre de vivir una seguridad esencial, ontológica, está radicada en la vivencia de una relación.

… Ese niño o niña que vive bajo la forma de recibimiento, admiración y aceptación recibe provisiones de vitalidad.

ENCONTRARNOS

“La vida real es encuentro”  – Martin Buber

No nos faltan teorías y gurúes, por el contrario, a veces creo que sobran y en su abundancia nos perdemos de vista a nosotros mismos y lo que una situación nos está reclamando. Lo que nos falta, en nuestra historia vital de haber sido niños y niñas, es la experiencia imprescindible y profunda del encuentro. Por eso dudamos.

Si tu hijo o tu hija te mira y estira hacia ti su mano y su mirada y tú también tienes el deseo profundo del encuentro, le das la mano.

​

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Autor Lia GorenPublicado el marzo 9, 2015junio 28, 2015Categorías Convivir,Crianza,DiálogoEtiquetas Angela Regina,Crianza,Nichan Dichtchekenian,RelaciónDeja un comentario en La vida es vida de relación

La violencia es una enfermedad de la convivencia

Portal de entrada al Castillo de Praga
Portal de entrada al Castillo de Praga

En el mes de abril del año 2012 escribí uno de los primeros posts en mi blog motivada por una tristísima noticia:  Como consecuencia del acoso de sus compañeros de escuela un niño de 12 años se había suicidado.

 Se suicidó un alumno de 12 años por acoso escolar.

En abril de 2013, en un portal de temas de psicología, leí un artículo de Fernando Ulloa titulado Desamparo y Creación . El autor relata lo siguiente:

… cuando llego a Praga y a ese maravilloso Castillo de Praga que tanto nos ensoñó Kafka y que está reciclado en exquisitas acciones culturales, musicales, veo que en la entrada del complejo hay dos pilares y debajo de cada pilar están los soldados, los guardias, arriba están lo que se llama: “Los dos gigantes en pugna”, son dos gigantes en lucha, para ver quién mata más víctimas. Uno apuñalando viejos, otro rompiendo cráneos de chicos, esto está en las puertas de esta exquisita muestra de civilización y es una alegoría; la crueldad siempre esta ahí, uno convive con esto.

En Abril de 2014 y a raíz de la noticia de una nueva muerte de una estudiante,  decidí reeditar ese post en esta nueva versión que estás leyendo.

Murió Naira Cofreces, la adolescente que había sido golpeada por sus compañeras a la salida del colegio en Junín. “Los chicos decían que fue porque se hacían las lindas”.

Quienes me conocen saben de mi oposición a la tendencia generalizada de poner el eje de la reflexión en la cuestión de la violencia.  La violencia es una enfermedad de la convivencia. Cuando esto no se comprende florece por doquier un tratamiento simplista y desconectado del contexto relacional del cual las conductas violentas emergen. Toda forma de violencia y toda forma de no-violencia dependen del modo como las personas de una sociedad dada conciben las relaciones entre sus conciudadanos. Toda convivencia depende de cómo se conciben las relaciones de poder y lo que de ello resulta.

Ante la diferencia

El maltrato padecido por los dos estudiantes muertos radicaba en sus diferencias. Uno “era gordito” la otra “se hacía la linda”. ¿Cómo es que estas diferencias determinan estos trágicos desenlaces?

Cuando en una comunidad la diferencia es concebida como problemática también se justifica ideológicamente la normalización del vivir. El resultado de esto será la ideación de mecanismos para controlarla, corregirla o suprimirla y, como consecuencia, la exclusión, el individualismo y la intolerancia serán algunos de sus efectos dramáticos en las vida de los estudiantes.

En cambio, si la diferencia es considerada como parte inherente a la vida y como ventaja, los resultados, en términos de la convivencia posible, serán muy diferentes: la inclusión, la colaboración, el diálogo y la solidaridad serán lo cotidiano.

Para darle un sentido transformador a mi dolor invito a reflexionar sobre estas preguntas:

–  ¿Cómo es que se ha deformado tanto la idea de lo qué significa vivir y convivir?

–  ¿De dónde tanta necesidad de abuso de poder, crueldad y desprecio sobre el otro diferente?

–  ¿Cuándo y cómo aprenden los niños y las niñas a estigmatizar y a juzgar a los demás por su tamaño o por su nacionalidad o por lo que sea? ¿Qué ha sido del mandamiento fundacional del amor al prójimo?

–  ¿Cómo es que cada vez a más temprana edad los chicos y las chicas han aprendido a gozar perversamente a partir de un sufrimiento provocado intencionalmente a otro ser humano?

–  ¿Cómo es que estos niños y niñas, jóvenes y no tan jóvenes llegan a justificar sin restricción moral alguna tremenda violencia contra otros seres humanos y cómo  llegan a despreciar de tal modo el valor de la vida y el respeto por la integridad física y emocional del prójimo?

Aunque la matriz del mundo en que los niños y las niñas conviven y se desarrollan está presente en el hogar y en la escuela (los dos ámbitos relevantes de sus vidas) pondré el eje en la escuela, pues es el punto común de las dos noticias que motivaron este texto.

Jerarquía y meritocracia

La institución escolar, en la gran mayoría de los casos,  está configurada como un sistema jerárquico y meritocrático, donde lo que finalmente importa y lo que queda registrado es el desempeño individual, la comparación y la competencia. Este modo de ser de las escuelas, de modo velado, termina siendo una más de las fuentes de clasificación social y de la producción del estigma, la etiqueta de la que tanto se valen quienes discriminan para justificar su crueldad.

Así las cosas, por un lado  están aquellos educadores que no han podido percatarse de cómo esta dinámica de la escuela alimenta una mirada social basada en la diferencia y de cómo esta diferencia es, además, concebida como problemática.

Por otro lado, están los educadores que son conscientes de esta situación y que encuentran muy difícil contrapesar y confrontar una cultura de discriminación y maltrato sistémicamente institucionalizada, la que también entra en la escuela de la mano de los estudiantes y sus familias. Porque los chicos no vienen de Marte. Algunos aspectos de la burocracia escolar habitual dejan a estos educadores en la incómoda posición de sostener un discurso en el que creen, pero que se contradice con algunas de las prácticas habituales de la educación. Por ejemplo, el hecho de que a todo estudiante que no haya alcanzado el nivel estandarizado en la normativa escolar quedará excluido y portando, de manera simbólica, el antiguo bonete de “burro” de tantas caricaturas escolares.

Las vida en las escuelas tiene que cambiar 

Dicho esto, me importa mucho aclarar que de ninguna manera intento encontrar culpables en el modo de ser y hacer escuela, pero definitivamente debe cambiar. La vida en las escuelas se desenvuelve en múltiples planos y todos ellos están sujetos a nuestra reflexión. Uno de esos planos es el de el sufrimiento y la violencia que se despliegan a diario en todos sus rincones.

Espero que mi mirada y las preguntas que planteé inviten a ver la complejidad y la importancia del escenario relacional que enmarca la violencia y que despierten la conciencia acerca de unos modos cotidianos de convivir que nos parecen neutros y sin embargo no lo son. Las horribles consecuencias están demasiado a la vista de todos y nos duelen.

 

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Autor Lia GorenPublicado el octubre 23, 2014julio 23, 2020Categorías Aprendizaje Social y Emocional,Conversaciones,Convivir,Diálogo,Diversidad,Educación,Inteligencia EmocionalEtiquetas Abuso,Bulling,Castillo de Praga,Ciudadanía,Comunidad,Conversaciones,convivencialidad,Crueldad,Educación,Fernando Ulloa,la solidaridad,temas de psicología,Violencia1 comentario en La violencia es una enfermedad de la convivencia

Saber escuchar es bueno y es gratis

Saber escuchar

¿No pasa nada?

Hace ya muchos años y a partir de mi experiencia como consultora familiar, fui invitada a colaborar en un grupo dedicado al apoyo a la crianza. A ese grupo asistían las madres junto a sus hijos pequeños. Durante uno de esos encuentros abordé el tema de la escucha y las emociones como ejes de toda relación sana y contenedora. En tanto seguíamos comentando el tema, un bebé de unos 7 u 8 meses que estaba jugando y desplegando sus incipientes destrezas motrices se golpea la cabeza y comienza a llorar a todo pulmón, le duele. Su mamá lo alza en brazos para ver cómo está, ella también está sufriendo porque su bebé sufre. Ella quiere consolarlo y le dice lo que todos hemos escuchado decir desde que nacimos: “Bueno, ya está todo bien, no pasa nada.”

Entonces le pregunto: “¿no pasó nada?” La mujer me mira fijo y frunce un poco el ceño; no llega a entender todavía de qué le estoy hablando. El bebé sigue llorando ­y ella sigue mirándome intrigada. De manera cómplice le pregunto lo siguiente: “¿Qué estará sintiendo tu hijo … ?” Allí se da cuenta de que es el momento de prestarle su voz al hijo. Entonces le dice tiernamente: “Te golpeaste la cabeza en el piso ¿te duele mucho?” En ese momento la magia de la empatía hace su efecto. El bebé suspende inmediatamente el llanto, respira con congoja, la mira con agradecimiento y apoya su cabecita en el hombro de su madre. Nunca más voy a olvidar ese momento.

Que ellos hablen

Unos años después de esta historia, me encontraba trabajando en una escuela. Por suerte me habían asignado un rol maravillosamente indeterminado. Eso me protegía –o liberaba– de quedar tomada por los estereotipos habituales de los roles de los adultos de las escuelas. A las pocas semanas de clase se acerca la maestra de primer grado. La veo llegar trayendo de la mano, uno a cada lado, a dos niños de 6 años. Los dos niños ya se encontraban en pleno ejercicio de sus habilidades verbales para inventar excusas, motivos y justificaciones. Que sí, que no, que vos hiciste, que no quise, pero que no fue tan así… Cuando ya estamos todos juntos me dice la maestra (nombres inventados): “José trató de bajarle los pantalones a Juan y Juan le pegó.”

Cuando observo la escena, un clásico de la vida en las escuelas, comienzo a decirme a mí misma: “Lía, no repitas; no repitas nada de lo que viste y oíste en tu experiencia de ser estudiante.” Y al mismo tiempo en que este debate interior sucedía, los dos chicos seguían tironeando de los brazos de la maestra. Ella no los soltaba, trataba de mantenerlos a un lado, como un intento material y simbólico de interrumpir el conflicto. Pero ellos querían decirse las cosas frente a frente. ¡Ajá! Ahí está el meollo de la cuestión y ha llegado la inspiración.

Recuerden, por favor,  que los niños tienen solo 6 años.

Les pido a los dos niños que se paren frente a frente y le digo a Juan: “Decile a José cómo te sentiste”. Juan mira a José, y sin titubear un segundo le dice: Humillado. José recibe esa palabra y se conmueve. Le llega al centro de su ser, directa y sin rodeos, clara. Se nota porque se la abren los ojos y tira la cabeza y su cuerpo un poco para atrás. Entonces, bajando un poco la mirada le responde: “Perdón, no lo voy a hacer más.” Toda mi intervención duró un minuto, quizás menos.

La maestra me miró azorada, como diciendo “¿no vas a hacer nada más?” No, no hacía falta más, no hacían falta sermones ni amenazas. Uno de ellos pudo decir como se sentía, porque ese era todo su dolor, el dolor de la humillación. Su sentirse humillado era el centro de lo que le estaba pasando. Su compañero pudo ver a su amigo desde otro lugar y no pudo (ni lo intentó siquiera) esquivar el compromiso personal con la situación, se hizo responsable, y le dijo: “Perdón”. Y también se comprometió con la promesa que restauraba entre ellos la confianza y, con ello, la relación: “no lo voy a hacer más”.

Las emociones claman por ser escuchadas

La centralidad del vivir humano está en la habilidad para escuchar y sintonizar con nuestros sentimientos y los de los demás. De eso se tratan las historias anteriores.

Alguien podría preguntar si acaso no estamos todos hablando y escuchándonos todo el tiempo. Sin embargo, no es así. ¿De qué se trata esa escucha que hace que los niños y las niñas se sientan contenidos, confortados y poseedores de una mejor comprensión de lo que están viviendo y lo que necesitan? ¿Qué dificulta ese saber escuchar que humaniza las relaciones? Para una acotada respuesta elijo poner el eje en dos cuestiones estratégicas. Una de ellas es la burocracia parental, la otra, el olvido o la evitación de las emociones.

La burocracia

Nuestra experiencia cultural de ser hijos y alumnos está modelada por la modalidad burocrática que domina la convivencia en la familia y en la escuela, los dos espacios donde más tiempo pasan sus días los chicos. Controlamos, mandamos, organizamos, supervisamos y recomendamos casi todo el tiempo de sus vidas. Hacemos esto con el propósito de prevenir, evitar o solucionar problemas. Nuestra manera de vivir conspira demasiado para que esto suceda: horarios y compromisos que vienen de la mano de la escuela, el trabajo y las tareas hogareñas, las reuniones de la escuela, las visitas de rutina al doctor o el dentista, cortarles el pelo, las uñas … Ya sabemos, de nunca acabar. Entonces el día a día va teniendo este libreto: acostate, hacé los deberes, dejá de mirar tele que te hace mal, todo el día con los jueguitos no, ahora no puedo porque tengo que cocinar, se hace tarde y tenés que ir a dormir temprano, a lavarse los dientes, acordate de poner la carpeta de dibujo en la mochila, tengo que comprar el regalito para el cumple de la compañera de la nena y esta vez me encargo yo, ocúpate vos de la cena. Ya me cansé hasta de escribirlo.

Así es como la licuadora de la rutina cotidiana opaca casi por completo el espacio emocional del vivir. No queda tiempo para darnos cuenta de lo que sentimos.

La evitación

Sin embargo, como con el sol, aunque no las veamos las emociones siempre están presentes, empujando por salir, por encontrar la palabra que la expresa o esa persona que nos ayuda a conectar con ellas cuando estamos confundidos. Las emociones claman por ser escuchadas. Rafael Echeverría dice que “el escuchar valida el hablar … por lo tanto, el escuchar es lo que dirige todo el proceso de la comunicación”. Pero poner la oreja no es lo mismo que escuchar. Un escuchar que humaniza la vida y las relaciones es un escuchar que, por sobre todo, valida y da lugar a lo que las personas sienten.

En su libro La causa de los niños, la Dra. Françoise Doltó dice que “del niño se habla mucho pero a él no se le habla”. Puesto en el contexto de todo su pensamiento, lo que ella quiere expresar es que no entablamos conversaciones significativas con los niños y las niñas, no damos lugar al proceso vital de humanizarnos en la palabra. Pues el lenguaje es lo propio de lo humano. Y en ese andar, por el contrario, nos deshumanizamos todos.

Habilitar las emociones requiere habilitar un conversar que nos permita hablar de ellas sin censura, sin temor a que el expresarlas nos deje expuestos a la crítica, con la seguridad de que no habrán de ser negadas, minimizadas o ridiculizadas.

Otro ejemplo

Entonces, un niño o una niña llega llorando de la escuela y dice: “estoy rabioso, un chico me pegó en el recreo“.

Entonces, el adulto puede optar por el modo burocrático. Presuroso, se dispone a a recolectar información mediante un concienzudo interrogatorio al tiempo que planea estrategias varias de intervención: “¿quién fue? y vos, ¿qué hiciste? porque vos también tenés lo tuyo… ¿le dijiste a la maestra? mañana voy a hablar a la escuela”. El niño o la niña miran azorados, responden preguntas y hasta piden por favor “no vayas a hablar a la escuela, que después es peor”. ¿Quién se ocupó de lo que sentía ese niño o esa niña? Nadie. El niño o la niña se quedan con la rabia original pendiente, con el sentimiento de soledad que resulta de la experiencia de no ser escuchados y la convicción de que nadie entiende lo que les pasa.

La otra cosa que el adulto podría hacer es optar por el no pasa nada o el no es para tanto: “ya está, no es tan grave, en la escuela todo el tiempo pasan esas cosas, seguro que mañana ya te olvidaste”.  Qué hacen ese niño o esa niña con la rabia que están sintiendo, la retienen. Quizás se transforme en dolor de garganta a la mañana siguiente. Con el tiempo y la repetición de estas experiencias, también habrán aprendido a dejar de prestar oído a sus propias emociones, a dudar de ellas. Con el tiempo entonces, el desarrollo de su inteligencia emocional habrá de quedar seriamente retrasado o casi irremediablemente dañado.

El camino corto, directo y saludable es escuchar la emoción y demostrarlo diciendo: ¿Estás rabioso? ¿Estás rabiosa? Y entonces el niño o la niña responden: “Sí, muy rabioso, muy rabiosa. Ese chico me caía bien, estoy triste también.” Y la mamá o el papá dicen: “Te entiendo… ” Y el niño o la niña cambia de tema y pregunta por la merienda, porque ahora que ha sido escuchado y ha podido hablar de lo que siente se da cuenta de que tiene hambre. Encontrar la solución es secundario, porque es segundo, viene después y hasta lo hace por su cuenta. Lo primero es ser bien escuchado.

La escucha de las emociones y sus beneficios

  • Acrecienta la autoestima: desarrolla en los niños y las niñas el sentimiento de ser aceptados y queridos (no existe uno sin el otro).
  • Fortalece emocionalmente.
  • Favorece el desarrollo de la inteligencia emocional.
  • Allana el camino para que los niños y las niñas puedan encontrar por sí mismos la solución a sus propios problemas.
  • Produce una mejora de las relaciones interpersonales, en la familia y fuera de ella.

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Autor Lia GorenPublicado el agosto 31, 2014enero 20, 2019Categorías Aprendizaje Social y Emocional,Conversaciones,Convivir,Crianza,Diálogo,Educación,Inteligencia EmocionalEtiquetas Aprendizaje Social y Emocional,Emociones,Empatía,Escucha,Inteligencia emocional,Parenting,Relacionas Familiares,Saber escuchar3 comentarios en Saber escuchar es bueno y es gratis

Leer como experiencia compartida

Leer como experiencia compartida

Hace unos días un amigo virtual, Rafael Reinehr,  compartió en su página de Facebook esta frase más la imagen que encabeza este posteo

Un niño que lee será una adulto que piensa.

Como es verano y tengo menos trabajo, decidí tomarme un momento para ir un poco más allá de las primeras impresiones. Te invito a seguir leyendo y que aprecies lo que sucede en las redes cuando las personas conversan con el corazón.

Todo comienza en las actividades que los niños y las niñas comparten con otros y lo que en ellas transcurre.

Un niño a quien le han leído durante su infancia, un niño que ha disfrutado de esas lecturas porque fueron parte de una experiencia compartida, interactiva y cariñosa, será un niño que por siempre deseará y apreciará leer.

Un niño que ha podido pensar sobre lo que lee junto a las personas de su vida, que ha podido preguntarse y preguntar, responder y ser respondido, será un niño con habilidades de pensamiento crítico, con la imaginación disponible y con sueños por realizar.

El tipo de pensamiento que desarrolle dependerá de qué, con quién y cómo ha transcurrido su experiencia de lectura. No alcanza sólo con leer.

La tía Sheerezade

Por lo dicho anteriormente, fue que decidí transcribir aquí el recuerdo personal que esa frase hizo resonar en la memoria de otra mujer, que como yo, se cruzó con el posteo de Rafael.

Se trata de la hermosa experiencia de vida de Ivana Rowena. Me siento agradecida por su generosidad al compartir su experiencia personal y por su permiso para sumarla en este espacio. Ella la relató en portugués, su idioma y, también con su permiso y ayuda, me he tomado la libertad de traducirla. Esto escribió y te va a cautivar esta historia real:

 

Conmigo también fue así. Mi abuelo tenía una gran biblioteca y la puso a mi disposición. Pero sólo podía leer otro libro si le entregaba el anterior. Siempre era uno por vez, a diferencia de hoy, en que los padres compran en cantidad y los chicos luego se saturan con tanta oferta.

Si observan bien, hoy las revistas de decoración muestran fotos de cuartos con tv y computadora, pero los estantes están ocupados solo con adornos, es raro ver libros y siempre son finitos.

Desde pequeñas, mis hijas invitaban amiguitos para oírme leer historias y, con el tiempo, aquello se volvió un hábito semanal, ya que todos podían traer su libro preferido para que yo lo leyese.

En el cumpleaños de cada niña ellas recibían un cuento exclusivo que me era encomendado anticipadamente y en el que podían determinar el género, la época, el lugar (yo mantenía un planisferio en la pared de la terraza) y 2 o 3 personajes, en general, aquellos a los que le tenían miedo, como el hombre de la bolsa o una bruja. El cuento estaba escrito en letras especiales y una dedicatoria con estilo.

La entrega era casi un ceremonial antes de cantar el feliz cumpleaños. Había mucha expectativa y los adultos participaban del suspenso. Al día siguiente, allá estaban todos sentados en la terraza para oír el cuento, ahora compartido con los amiguitos, en grupo.

Pasé años enteros teniendo que crear cuentos de hasta 15 páginas de diversos géneros, con personajes de diferentes países, cuanto más extraños mejor, lo que me exigía tiempo para investigar, pues no podía transmitir informaciones sin criterio, obviamente!

Los padres me dieron el apelativo de Sheerezade y hasta hoy sus hijos, ya con 18 a 25 años de edad, me llaman tía Sheerezade, pues en esa época, les conté quien era ella y les leí los bellos cuentos árabes!

El relato de Ivana continúa y, llegando al final, profundiza alrededor de la actitud que ella considera que debe tener en cuenta un contador de historias. En lo personal, comparto totalmente este criterio:

… nada de tentativas didácticas tipo comparaciones entre la vida de los chicos y la de los personajes. Estas manipulaciones alejan a los chicos y hacen que pierdan interés. Yo no osaba comentar nada después de la lectura, los dejaba en libertad de hacerme preguntas.

Conversar es enlazarse, es abrazarse, es hermanarse

No conozco personalmente a Ivana, pero nos hemos ‘leído’ mutuamente al pie de un post en facebook. Y digo esto porque, justamente,  refuerza lo dicho hasta aquí. No se trata sólo de leer, sino de lo que el leer suscita entre las personas y la enorme importancia de la conversaciones que establecemos por sobre las ideas en sí mismas.

Un niño que lee no será, necesariamente, un adulto que piensa.

Cómo pensamos, en qué pensamos y qué hacemos con lo que pensamos es el asunto. Eso no significa que leer no sea importante, sí que lo es, no tengo ninguna duda al respecto. Pero todos sabemos que la humanidad cuenta con personas monstruosas y muy leídas que han deshonrado al género humano. En este sentido, la calidad de lo que les leemos y lo que los chicos y las chicas leen importa. Hoy disponés de librerías y sitios web especialmente dedicados a la lectura infantil donde informarte.

El modo en que encares los momentos de lectura y la disposición a conversar sobre lo que esas lecturas despiertan también importa. Recuerdo cuando mi madre nos acostaba y arropaba bien, se sentaba en una silla en medio del cuarto para quedar a la misma distancia de los tres y nos leía unos relatos hermosos de Pepín Cascarón, una serie de libros de cuentos que se publicaba en esa época (hace mucho, jeje) ¡Cómo esperábamos ese momento!

Los chicos y las chicas que siguen leyendo cuando son grandes lo hacen porque la experiencia inicial de la lectura vino adherida a momentos felices junto a sus seres queridos. Fijate que hasta el relato de Peter Pan comienza con un niño huérfano sentado a hurtadillas en una ventana escuchando los cuentos que una niña en camisón les leía a sus hermanitos menores.

Finalmente, vale agregar que realmente aprendemos cuando conversamos. Por fuera de las humanas conversaciones las ideas son letra muerta, son como esas miles de lecciones escolares que (ya se sabe con certeza) a la semana han caído en el mar de los olvidos.

 

Gracias a Rafael Reinehr y a Ivana Rowena.  Ilustración: Jeanette Woitzik.

 

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Autor Lia GorenPublicado el enero 19, 2014abril 1, 2019Categorías Biología Cultural,Conversaciones,Crianza,Diálogo,Inteligencia ColectivaEtiquetas Conversaciones,Inteligencia colectiva,Lectura,Lectura de diálogo,Rafael Reinehr5 comentarios en Leer como experiencia compartida

EcoMind

Necesitamos cambiar cómo pensamos acerca de lo que hacemos.

Necesitamos llevar el concepto de sustentabilidad al terreno de nuestro medio ambiente cultural, el cual se expresa en la forma en que los seres humanos convivimos.

​Si realmente queremos sobrevivir como especie (en términos biológicos) y como sociedades (en términos culturales) tenemos que aprender a pensar como piensan los ecosistemas para poder convivir como conviven los ecosistemas.

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Cuestiones de Género

Cuando me refiero al hijo o al niño (u otras denominaciones equivalentes) sin incluir también a la hija o la niña (u otras denominaciones equivalentes) esto habrá sido solamente por razones literarias.
En algunos textos resulta abrumador aclararlo cada vez que corresponde y sepan que siempre estaré refiriéndome a todos, a las niñas, a los niños, a los jóvenes y a los adultos y adultas de todos los géneros y edades.

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