Cuando entre el otro y yo media un abismo

La niña y su aceptación sin reservas del niño extraterrestre

En nuestra cultura, la subjetividad está tan girada hacia sí misma que el otro aparece como un horizonte distante.

Franklin Leopoldo e Silva

 

Hoy quiero compartir con vos la imperdible charla que ayer recomendó mi amiga virtual  Vivianne Amaral.

Franklin Leopoldo e Silva habla con la claridad de los que saben y nos muestra cómo ha condicionado nuestra mirada y nuestras opciones éticas el hecho de que habitemos «una cultura de la subjetividad, del sujeto, del ego».

Nobleza obliga, este es la versión original y  más abajo, salvo error u omisión, transcribo la traducción de la charla en español.

Lévinas: Ego y distanciamiento

La alteridad también forma parte de una de las categorías que fueron un tanto despreciadas a lo largo de la historia de la filosofía.

Es más, eso tiene una explicación bastante plausible: nuestra cultura moderna es una cultura de la subjetividad, del sujeto, del ego. Entonces el ego tiene un gran privilegio: el sujeto, yo mismo, mi identidad, aquello que yo soy, representa un cierto fundamento que me lleva, entonces, a ver las cosas de acuerdo a ese prisma, el prisma que nosotros llamamos subjetivo.

Esa subjetividad es tan profunda en nuestra cultura que muchos entienden que, en la época actual, nosotros estamos viviendo hasta una especie de narcisismo o de egoísmo, quiero decir, de una exacerbación de esta característica que tiene que ver con el privilegio del sujeto, del ego y de ahí en más. Todo eso lleva, entonces, a un cierto distanciamiento del otro y una cierta dificultad para percibir al otro y para entender, incluso, hasta la posibilidad de su existencia. En nuestra cultura, la subjetividad está tan girada hacia sí misma que, desde nuestra percepción, el otro aparece como un horizonte distante.

Esto tiene mucho que ver con la consciencia de sí, consciencia de mí. Yo tengo consciencia de mí y, por lo tanto, yo no tengo dudas en cuanto a mi existencia, yo estoy muy próximo de mí; todo hacía creer en la densidad de la persona. Esto deriva de la filosofía clásica y cartesiana que puso al ego, al sujeto, como siendo la categoría principal, la realidad principal. Solo que eso apartó al otro.

¿Puedo tener consciencia del otro con la misma intensidad con la que tengo consciencia de mí? La respuesta fue siempre no por razones que son comprensibles. Yo tengo consciencia de mí porque yo estoy en mí. Para yo poder tener una conciencia del otro que sea equivalente a la que tengo de mí, tengo que estar en él. Entonces la cosa se volvió en un problema ético. Quien tiene que tener consciencia de él y cuidar de él, es él. Y yo tengo que tener consciencia de mí, cuidar de mí y cultivar mi subjetividad.

A partir de ahí transitamos un tipo de civilización, de cultura, basada en ese individualismo, en ese egocentrismo que es una pauta de nuestra civilización y que fue exacerbándose históricamente. Vivimos en una sociedad de individuos. A pesar de ser masificados, en tanto todos creemos en nuestra individualidad, consideramos que debe ésta debe ser preservada. Pero no depositamos así tanto respeto en la individualidad del otro y en la subjetividad del otro.

Entonces esa separación fue siempre muy difícil de resolver. Hasta que se formó un abismo, que viene dándonos estas características éticas muy comprometedoras en la civilización que vivimos hoy.

Si usted piensa al respecto que 6 millones de judíos fueron matados durante el nazismo porque fueron considerados seres inferiores, entonces usted tiene ahí esa manifestación exacerbada de la comparación entre aquello que yo soy, un ser humano pleno y aquello que el otro es, alguien que todavía no alcanzó una cierta humanidad digna de respeto.

Todo tipo de discriminación, contra los negros, contra las razas, contra las nacionalidades, contra personas de otras religiones, de otros credos, tiene el sentido de afirmar mi plena humanidad y la humanidad relativa del otro, como si el otro tuviera derecho de existir a partir de que yo le conceda a él su derecho a existir. Entonces yo puedo pasar a eliminarlo: guerra, masacres, persecuciones, discriminaciones de todo tipo. Todo eso en nombre de qué, del privilegio del “yo”: yo, mi grupo, mi nacionalidad, mi país… todo esto está englobado en el “yo”.

Después de que esta actitud causara una serie de experiencias históricas catastróficas, la filosofía comenzó a preocuparse por esto, comenzó a rever esas categorías. E intentó, entonces, hacerse esta pregunta: ¿Por qué es que yo tengo que constituir el significado del otro? ¿Por qué querría alguna cosa para mí al punto de no representar nada para mí? ¿Por qué no vamos a intentar, entonces, invertir esas posiciones? ¿Por qué no entender que hay otro que me constituye como yo mismo? Y así, desde este punto de vista, significaría debiendo al otro mi propia existencia y no él, debiéndome la existencia suya a mí.

Eso está en curso de reflexión, porque vivimos todavía en un mundo en el que esas categorías ligadas a la subjetividades, al privilegio del ego, del egocentrismo son todavía muy fuertes y están muy arraigadas en la cultura, en la manera de ser, en nuestros modos de pensar.

¿Cómo sería una ética en la que el principio de moralidad fuese el otro y no yo, una en la que él me constituyese como una realidad ética y no yo a él? ¿Cómo sería un mundo en el que yo dependiese del otro y no el otro de mí?Todas esas preguntas, que todavía están en elaboración, ellas vinieron a movilizar un poco en estas posiciones tradicionalmente muy consolidadas respecto del privilegio del ego, del egocentrismo y de ahí en mas.

Hay varios aspectos en los que esto es puesto en juego. Y uno de esos aspectos que más tocan nuestra cotidianidad es la ecología. La ecología es una tentativa de rehacer el viejo mundo a partir del otro. O sea, qué será del mundo de aquí a 200 años si nosotros continuamos explotándolo de esta forma. ¿Habrá mundo para los otros? Entonces, si yo pienso un poco en los otros, aun en aquéllos a los que no voy ni siquiera a conocer, y no estoy hablando de los suyos y los nuestros, pienso en aquéllos que están mucho más distantes, si no va a haber un mundo para ellos, será que yo soy responsable por esa catástrofe.

Entonces, pensando en eso, la gente generaría una cierta conciencia ecológica para preservar el mundo para los otros. Como si fuese un mandamiento ético. Valorizar a los otros más que a mí mismo y vivir más en relación a los otros que a mí mismo. O por lo menos intentar un equilibrio. Entonces, la ecología contribuyó mucho para que este tipo de ética fuese presentada. Ya hoy, por lejos, es algo aceptado, pero no es una cosa en la cual se piensa.

Entonces, a partir de ahí, usted tiene ahora una ética de la alteridad, una filosofía de la alteridad, que va a estar intentando pensar estas cosas. Pero diría que esto está incipiente, porque los valores consolidados, que son todos del orden del ego, aún está muy lejos de conseguir un aval significativo y transformarse.

Franklin Leopoldo e Silva: Livre-docente e doutor em filosofía pela USP. Profesor titular de História da Filosofia Moderna e Contemporânea na mesma universidade. Autor, entre outros de “O Conhecimento de Si” (2011)

 

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Autor: Lia Goren

Interesada en el enfoque de las relaciones humanas desde la perspectiva de redes y la complejidad, el pensamiento sistémico, la ecoalfabetización y la biología cultural. Terapeuta y consultor familiar y educativo abocada a la temática de la convivencialidad y la sostenibilidad. Capacita en el Enfoque EcoMind, una síntesis de su trayectoria y las ideas y prácticas que favorecen la vida en comunidad.

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