Los límites existen porque convivimos

… para el individuo educado en la cultura occidental es difícil ver más allá del individuo. Estamos educados en una preferencia tanto ética como estética por la autodeterminación individual.
S. Minuchin y C. Fishman (2006)
El límite cobra relevancia, siempre, en el encuentro con el otro.

Para poder relacionarnos debemos reconocer, cada uno de nosotros, nuestro límite y nuestra diferencia. Ese es el necesario punto de partida de toda relación y una idea fundamental en el tema de los límites.

En el marco de las relaciones familiares y escolares, decirlo y actuar en consecuencia implica un significativo recorrido de aprendizaje intelectual y emocional.

No hay vivir que no implique convivir

Desde que la humanidad existe, unirse para coexistir es el motivo esencial que impulsa toda suerte de formato social. Con mejor o peor resultado, usted habrá crecido con la ayuda de personas que le proporcionaron algún tipo de sostén, cuidados y apoyos básicos,  Con el paso de los años, habrá experimentado cómo, entre todos, iban desarrollando variados modos de coordinar sus acciones con el objeto de garantizar distintos grados de satisfacción de intereses y necesidades, comunes e individuales.

Como adulto, es improbable que usted viva y se desenvuelva siempre en soledad. Resulta absolutamente necesario contar y gozar de momentos de soledad e intimidad, pero esta situación nunca será una condición permanente. Aun en el caso de trabajar por propia cuenta y en su propio hogar, alguna vez requerirá de los servicios de alguien para arreglar algo y deberá convenir algunos acuerdos mínimos con el proveedor del servicio.

La vida es vida de relación

En el marco del tratamiento del tema de los límites en el ámbito familiar y educativo, diremos que madurar implicará, básicamente, aprender a reconocer dos cosas: que los demás también existen y que si no estuvieran, sería imposible sobrevivir, así de simple.

Desde que nacen, las personas se desenvuelven y desarrollan como miembros de una red de vínculos confiables. Si el vínculo no resulta confiable, si no ofrece un mínimo de seguridad afectiva, no se puede hablar de vínculo. Perdemos las ganas de vivir cuando quedamos desconectados de la relación con los demás .

Por esto, porque no hay vivir que no implique convivir y porque, en realidad, la vida es vida de relación, es tan importante volver a valorar la colaboración y el bien común como sustento de nuestra humanidad.

Tenemos que descartar la idea de individuo y dar lugar al concepto de persona, ese ser humano que se va constituyendo, día a día y desde que nace, en el enmarañado, en la red de relaciones en las que participa a medida que crece, sin confundirse y a la vez relacionándose.

Nuestra cultura y educación individualista, competitiva y exitista tiene consecuencias. Los hijos y los estudiantes que hoy muestran dificultad para reconocer y aceptar la existencia de límites suelen tener una fuerte incapacidad para desarrollar entendimiento y consideración por los demás. Entienden la vida como un espacio de estrellato o pugilato personal, como un reality show donde sólo se juega la farsa del juego del poder, sin ver que el que gana ha quedado irremediablemente solo y, con el pasar de los días, será también olvidado.

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Es bueno que los chicos se arriesguen

Eliminar el libro de reglas de juego en los recreos de una escuela de la ciudad de Auckland, Nueva Zelanda, tuvo efectos increíbles sobre los niños. Aunque quienes tomaron la iniciativa imaginaron que reinaría el caos, quedaron gratamente sorprendidos al notar que su profecía no se cumplía. Por el contrario, como dijo Bruce McLachlan, director de la Escuela Primaria Swanson.

Menos control y mejor convivencia

Más temprano estuve leyendo un post que comentaba los beneficios de abandonar las relgas para el momento del recreo en las escuelas.

Eliminar el libro de reglas de juego en los recreos de una escuela de la ciudad de Auckland, Nueva Zelanda, tuvo efectos increíbles sobre los niños. Aunque quienes tomaron la iniciativa imaginaron que reinaría el caos, quedaron gratamente sorprendidos al notar que su profecía no se cumplía. Por el contrario, como dijo Bruce McLachlan, director de la Escuela Primaria Swanson

La escuela está realmente viendo una caída del bulling (intimidación), lesiones graves y vandalismo, en tanto que los niveles de concentración en clase van en aumento.

Esta decisión se tomó en el marco de  un exitoso experimento universitario. La Escuela Swanson se inscribió para un estudio en la AUT (Auckland University of Technology) y la Universidad de Otago. Este estudio se llevó a cabo durante dos años con el objeto de fomentar el juego activo.

Menos control y más seguridad

Lo que se vio durante la experiencia es el lado inconveniente del exceso de prevención de los riesgos en el el patio de juegos de las escuelas. Como comentó el Director en el artículo mencionado:

Queremos que los niños estén seguros y cuidar de ellos, pero terminamos envolviéndolos en algodones cuando en realidad deberían ser capaces de caerse.

Agrega  que dejar que los niños se pongan a prueba a sí mismos en una moto [supongo que se trata de algo parecido a los triciclos] durante el recreo podría hacerlos más conscientes de los peligros antes de que estén detrás del volante de un coche en la escuela secundaria.

El Director llevó el experimento más allá de la idea inicial y anuló por completo el reglamento de juegos y, como corolario, tanto la escuela como los investigadores se vieron sorprendidos por los resultados.  

Los juegos con tierra, con patinetas, los juegos de empujones y las trepadas a los árboles mantuvieron a los niños tan ocupados que ya no se hizo necesaria un área de separación para los revoltosos o un montón de profesores vigilando.

Los niños usaron su imaginación para jugar en un espacio de cosas perdidas que contenía basura de madera, neumáticos y una manguera de bomberos vieja.

Los niños estaban motivados, ocupados y comprometidos con lo que hacían. En mi experiencia, el momento en que los niños se meten en problemas es cuando no están ocupados, motivados y comprometidos. Es durante este tiempo que intimidan a otros niños, hacen grafitis o destrozan cosas alrededor de la escuela

El artículo agrega que los padres también estaban contentos a causa de que sus hijos estaban contentos.

La gran paradoja de los niños envueltos en algodón es que, en el largo plazo, resulta más peligroso.

… la obsesión de la sociedad con la protección de los niños no tiene en cuenta los beneficios de la toma de riesgos.

Los niños desarrollan el lóbulo frontal de su cerebro al tomar riesgos, lo que significa que se entrenan para pensar en las consecuencias. «No se les puede enseñar eso. Tienen que aprender sobre los riesgos en sus propios términos. Eso no se desarrolla mirando televisión, tienen que salir afuera.»

Menos control y más autonomía

Durante todo el año 2003 trabajé coordinando talleres para familias en 3 escuelas, dos en la Provincia de Buenos Aires y una en la ciudad de Córdoba. Fue un año de trabajo estimulante y rico, por la intensidad de las experiencias vividas y por el encuentro con personas  diversas y estimulantes.

En una de las escuelas venía trabajando desde el año 2002. Durante ese año pasaba 4 de los 5 días de la semana en ella. Sus autoridades habían delineado un sistema de control muy elaborado para la hora del recreo. Los niños recibían una serie de indicaciones y los maestros que tenían turno de estar en el patio tenían otras (por ejemplo, no podían distenderse  charlando entre ellos). La prioridad era el control. Sin embargo, la evidencia me decía que esto no servía para nada; los chicos se maltrataban, había montones de accidentes, no hacían caso de las indicaciones previas ni las que se les daban en el momento.

Siempre descreí del exceso de control. Por mi experiencia en orientación familiar ya sabía de cierto que lo único que garantizaba era el deseo de rebelión.

Para mi sorpresa, esta idea mía tuvo su confirmación en el año 2003, el día en que llegué por primera vez a la escuela de la ciudad de Córdoba. Un jardín de infantes al que asistían niños y niñas desde los 2 años de edad.

Como la directora estaba retrasada, me invitaron a esperarla en en un pequeño patio de juegos que me encantó. Un solo banco de madera donde me senté, una enorme Santa Rita llena de flores sobre una pared, derramando y avanzando sus ramas generosamente sobre el patio, y una hermosa hamaca de dos columpios casi en el medio. En la hamaca, niños hamacándose y alrededor, niños de todas las edades jugando.

En un instante pasé del encanto al terror. ¡Quién cuida aquí a los chicos! ¡Se pueden dar con la madera de los columpios en la cabeza! Todas las aprensiones de mi madre resonaron fuerte y claro en mi cabeza.

Por suerte para esos chicos, ya había leído algo acerca de la importancia y capacidad de auto-regulación de los sistemas vivos. También recordaba a mi terapeuta y maestra Kita Cá machacándome sobre la disfunción del control y la supervisión. Entonces, tan rápido como entré en pánico, me relajé,  decidí no meterme y me dediqué a observar qué hacían los chicos.

¿Qué hicieron los chicos? ¿Qué habían aprendido en ese tiempo de vida en esa escuela con nada de reglamento y control para la hora del patio? Habían aprendido a cuidarse entre ellos. Cada vez que los más chiquitines se acercaban a las hamacas uno más grande los tomaba suavemente y los corría, cada vez que alguien se tropezaba, otro lo ayudaba y algún otro iba a buscar a algún adulto para que interviniera. Pero esto era ocasional, nadie, absolutamente nadie se pegaba. Una vez por mes llegaba a Córdoba y una vez por mes, siempre que podía, me dedicaba a observarlos. No fallaba, todo fluía sana y suavemente entre ellos.

Nunca olvidaré ese patio ni esa experiencia que confirmó, en la práctica, el valor de una independencia que valoro y que hoy reconfirmé con el relato de una lejana escuela de Nueva Zelanda.

Gracias: Kita Cá, Augusto de Franco, Esko Kilpi y Fritjof Capra