Sé todo lo bueno que puedas

Testimonios

A la hora de aprender a vivir una vida con sentido, pocas cosas hay más poderosas que los testimonios de vida de otras personas. Tienen el valor de la verdad y de ser algo que es posible de ser hecho por cada uno de nosotros.

Cuando era más joven era muy común escuchar a las personas decir cosas como estas:

“Por qué habría de dejar de tirar papeles en la calle si igual nadie más lo hace.”

“Qué pude cambiar que haga algo entre tanta gente que no hace nada.”

“Eso no es para aquí.”

Honestamente, y para decirlo en pocas palabras, con una mentalidad así estamos fritos desde el vamos.

En el cine y las series podemos encontrar a ese héroe o heroína, muchas veces solitarios, capaces de enfrentar y hacer lo que el común de los mortales no podemos hacer. Sí, sí, todo muy lindo. El problema con esas historias es que, sin quererlo, nos dicen que eso no es para nosotros y nos dejan impotentes. A menos que fuéramos Superman o la Mujer Maravilla nada podremos hacer contra el mal o las catástrofes de cualquier índole.

Sin embargo, cada vez que somos testigos de alguna buena acción o actitud en la que está involucrado «alguien como uno», como el vecino al rescate, la maestra de campo caminando horas para ir a dar clase, el señor que encontró la billetera y la devolvió… eso importa, si él o ella pueden ¡yo también!

El cambio que precisamos no va a venir de arriba, lo hacemos entre todos.

Durante esta pandemia del Covid19 todos vimos cómo había personas que no eran capaces de ver al otro y hacerse cargo de las consecuencias de sus acciones, personas incapaces de comprometerse colectivamente desde la fundamental noción del «bien común».

Durante la pandemia vimos gestos de rechazo y segregación detestables. Vecinos quemando la casa de alguien que trabajaba como personal médico por miedo al contagio.

Durante la pandemia, también vimos y aplaudimos el esfuerzo y compromiso abnegado de todo el personal médico o la ayuda de jóvenes voluntarios haciendo las compras y las diligencias que necesitaban las personas mayores para no ponerse en riesgo.

Las crisis siempre ponen al descubierto lo mejor y lo peor de nosotros, los seres humanos. Aprender y evolucionar de ellas es el desafío y lo necesario.

Como dije más arriba, la acción correcta tiene el valor de verdad -no lo que decimos que debe ser hecho – y tienen el valor de ser algo que está al alcance de todos poder hacer.

Por eso, hoy, te propongo dos cosas:

1
Sé más que bueno, sé todo lo bueno que puedas.

2
Compartí en tus redes esos pequeños actos cotidianos de bondad de los que seas testigo, para que la mayor cantidad de personas los conozcan y se inspiren en ellos.

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Tres palabras para el desánimo

La Desmesurada

Hace poco hice un público reconocimiento en este blog a mi maestra de 5º grado de escuela primaria: La Señorita Elvira. Lo que no dije es que por suerte ella llegó a mi vida justo después de La Señorita X.

Y esto tiene todo que ver con Paula Lesina, super experta en storytelling y con quien estoy aprendiendo muchísimo acerca de cómo contar lo que sea que quiera escribir. En esto estaba cuando un evento de hace dos semanas fue más allá de la escritura. Te voy a contar cómo Paula, La Desmesurada, se convirtió en la protagonista del final feliz de una historia que comenzó cuando yo tenía 9 años.

La Señorita X

Las malas experiencias estudiantiles dejan huella, una huella bastante embarrada, en medio del pecho y que cuesta mucho remover.

La Señorita X fue mi maestra de 3º y 4º grado de primaria. Por motivos opuestos a mi experiencia con la Señorita Elvira tampoco olvidé su nombre, pero como voy a hablar mal de ella, prefiero no nombrarla.

Un día, la Señorita X nos da de tarea para el hogar una de esas patéticas tareas de redacción que se estilaban en esa época, nos pidió que escribiéramos una composición con el tema “La primavera». A pesar del eterno vacío que ese tipo de consignas solían crearme, esta vez el tema me entusiasmó, hice la redacción y hasta la ilustré con un dibujo.

Ya no me acuerdo si lo que voy a relatar sucedió al día siguiente o si habían pasado algunos días. De pronto, entra en el aula La Directora. “Buenos días niñas” dijo. Inmediatamente nos paramos y a coro y educadamente respondimos “Bue-nos-días-Se-ño-ri-ta-Di-rec-to-ra”. Y nos sentamos.

Paradas ambas mujeres al frente de la clase, dijo La Señorita X, dirigiéndose a mi:  “A ver, Goren, lea su composición.” Me paré para leerla con el corazón latiendo a mil por hora y, casi sin voz, leí mi preciado relato sobre La Primavera. Cuando terminé, pequeño silencio de por medio y estando yo parada todavía, veo cómo La Señorita X gira su cabeza hacia La Directora y le dice: ¿Vio que porquería?

Sí!! Así como lo oís. Esas cosas no se olvidan jamás. Lo estoy escribiendo y me recuerdo ahí parada, guardapolvo blanco, flaquita y bajita como era pero sintiéndome más diminuta todavía. Tres palabras para el desánimo, como titulé este posteo.

Me quedó en claro que yo “no era buena para las lenguas», ni la propia ni las extranjeras. En primer año del secundario reprobé Castellano, Francés y Latín (y ya que estaba también Historia). En segundo año reprobé Castellano, Francés y Latín y en tercero Castellano y Francés. Después sobreviví. Parece que con la literatura me arreglé mejor.

Qué mundo tan femenino es el rescate

Me voy a correr por un momento del tema porque esto me importa. Porque si al final estoy hablando de de Paula Lesina es gracias a María Inés Pozzato, la maga de Hirumi Crochet. Yo ayudo a tejer y retejer vínculos y María Inés diseña y teje sus muñecos de apego con el mayor amor y cuidado que te puedas imaginar. Ella teje pensando en quien lo recibe, y eso hace la diferencia, porque así es María Inés, con todos.

Abrazar los desafíos

Cuando Paula leyó el relato de La Señorita Elvira me preguntó qué otra experiencia podría elegir para mostrar cómo ayudar a crear entornos de aprendizaje emocionalmente seguros. En ese momento no pude encontrar una en particular, pero me quedó picando la cuestión de “sentirnos emocionalmente seguros a la hora de aprender”. ¡Tremendo tema!

Una semana después y con ese pendiente en carpeta, veo que el Instagram de Paula amanece con una imagen y un desafío que decía:

¿Cómo explicarías la imagen que acompaña este post a un niño de seis años?

Un bosque y dos mujeres, una mira como la otra esta acostada de espalda flotando en el aire

Y me lancé a responder a ese desafío, así como estaba, con lo enredado que era escribir en el teléfono y en Instagram, con esa letra así de chiquitita, en medio del desayuno y sin los lentes de cerca (que todavía no me son tan imprescindibles). La fantasía fluyó y salió un relato que escribí sin detenerme para no perder el envión y así lo compartí.

Las ganas de aprender

Vuelvo a leer lo que había escrito en esa respuesta en Instagram y me doy cuenta ¡horror! de que había mil “errores” de ortografía. Entonces, para cubrir un poco mi menguada dignidad de escritora, hago esta aclaración:

Bueh… no miren la puntuación.

A lo que Paula me responde:

Los detalles son de edición. Este es el espacio de compartir y crear. No de juzgar.

Esa respuesta fue puro alivio y me renovó el entusiasmo que estaba opacando con mi propia crítica.

Aprender así libera. Poder ir paso a paso sin temer equivocarse hace que el aprendizaje se sienta como un viaje, como una salida de excursión en la que estamos totalmente dispuestos a ver qué sorpresa nos encuentra en el camino.

¡Qué notable sincronía! Paula acababa de garantizarme un espacio de aprendizaje emocionalmente seguro, justo el tipo de experiencia que ella misma me había invitado a compartir.

Y a modo de un tercer acto de esta historia, como crudo contraste con lo bien que me sentía, volvió a mí el recuerdo de La Señorita X y la primavera fallida de mi infancia.

Un (aparentemente) pequeño evento a las 8 de la mañana cerró un círculo de años que esperaba su final. El hechizo había sido deshecho.

La seguridad emocional lo es todo

A la hora de aprender, garantizar un espacio emocionalmente seguro es lo primero, lo del medio y lo último. Es una condición que debe darse todo el tiempo.

No juzgues y destierra el miedo a fallar.

A la hora de crear y brindar contextos de aprendizaje emocionalmente seguros no juzgues y destierra el miedo a fallar. En realidad van de la mano, una cosa no existe sin la otra.

Esto es lo que le hubiera contado al niño de 6 años del desafío

¿Te imaginas si un día, cuando te despertás, te das cuenta de que tu cuarto y la casa se transformaron en un bosque hermoso? Es tan hermoso que estás seguro de que es mágico.

Sin entender demasiado, dejás durmiendo a tu hermano que todavía no se levantó y te vas al baño a hacer pis y a lavarte la cara. Un poco más despabilado volvés a tu cuarto pensando que nada más sorprendente podría pasarte esa mañana.

Pero no, ¡oh! Hasta las camas desaparecieron ¿y mi hermano? ¿Dónde está mi querido hermanito? te preguntás desesperado. ¿Dónde está? Durmiendo en el aire está ¡en el aire! flotando como si una nube invisible lo estuviera teniendo desde abajo. ¿Te lo imaginás?

Entonces ahora imagínate a mí y mi hermana cuando éramos un poco más grandes que vos. Eso mismo nos pasó cuando yo tenía 14 años. ¿Podés creerlo? Me desperté y mi casa se había transformado en un bosque. Por suerte tu tía Cristina me encontró cerca cuando se despertó, así le avisé que estaba flotando y se bajó suavecito, para no golpearse.

Después nos fuimos a desayunar, porque tus abuelos ya se habían levantado. Estuvo muy bueno vivir en un bosque encantado un día entero.

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La Señorita Elvira

La voluntad de reparación en los seres humanos es poderosa y tarde o temprano rinde frutos.

Hace unos años me di cuenta de que mi vida había tomado el rumbo de aprender a hacer y de dar a otros lo que «La señorita Elvira» me había dado a mí cuando tenía 10 años de edad.

Era un día en el que planeaba cómo presentarme en este blog. Pensé que un recorrido guiado por lo que había estudiado podría ordenar lo que quería escribir. Estaba decidido, comenzaría a partir de mi primer título profesional, mi título de Maestra.

«Pero esperá un poco», me dije, «vos nunca trabajaste de Maestra de escuela». Así fue cómo me di cuenta, sorprendidísima, de que los motivos que me hicieron rechazar la idea de trabajar como maestra eran los mismos que hoy enfocaban (y enfocan) mi interés, lecturas y trabajo.

Como estudiante, solo había disfrutado de estar en la escuela cuando cursé el 5º grado de primaria. Ese año tuve una maestra de la que nunca olvidé su nombre. Ella fue La Señorita Elvira Paulina García de García, así se llamaba. Daba gusto estar en el aula, en la escuela, en la vida. Ese año le ponía garra y entusiasmo a todo lo que hacía.

De vez en cuando la vida
toma conmigo café
y está tan bonita que da gusto verla.
Se suelta el pelo y me invita
a salir con ella a escena.

Joan Manuel Serrat

Ese año me encontré con una «mi misma» que desconocía y que me gustaba mucho. Creo que en ese tiempo nacieron una esperanza y una persistencia secretas que nunca me abandonaron.

Ese aprendizaje profundo que vive más allá de las palabras, que nace de la experiencia vivida, me hizo entender que la manera en que los adultos se relacionan con los niños y las niñas define todo un mundo de posibilidades o imposibilidades para ellos.

La Señorita Elvira había plantado la semilla

La relación con La Señorita Elvira me ayudó a comprender que crecer y aprender puede ser apasionante cuando nos sentimos emocionalmente seguros, cuando nos sentimos validados y queridos como personas antes que por nuestra obediencia o el resultado de lo que hacemos.

Todo adulto tiene el poder de hacer algo que significará una diferencia en la vida de los niños y los jóvenes.

Con esto no digo nada nuevo, solo reafirmo mi convencimiento de que somos los adultos los que tenemos la capacidad para reflexionar sobre lo que hacemos, responsabilizarnos, aprender lo que hace falta y hacer una diferencia en las personas que tenemos cerca y en al mundo que habitamos. Porque como dije hace poco, el futuro de los niños somos los adultos.

 

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Sobre este tema te recomiendo:

La seguridad emocional y las ganas de aprender

¿Dejar que lloren?

el castigo y el abandono nunca han sido una buena forma de conseguir el desarrollo de personas cálidas, afectuosas e independientes.” — Michael L. Commons

El título de esta entrada del blog puede parecer dramático. Pero se trata de una recomendación que, lamentablemente, sigue demasiado presente y válida para gran parte de la población. Por este motivo, me pareció muy importante conversar un poco sobre el dejar llorar en soledad a los bebés y compartir los resultados de una investigación publicada por la Universidad de Harvard sobre las consecuencias de esta recomendación.

Para mí y para tantas y tantos madres, padres y profesionales que desde hace (por lo menos) 25 años trabajamos en pos de “otra crianza”, lo dicho no es novedad. Los autores de esta investigación no son los primeros profesionales que se ocupan del tema. Pero cambiar la mirada, los mitos y las costumbres lleva tiempo y siempre viene muy bien el testimonio de profesionales reconocidos que puedan aumentar la confianza de que lo que venimos afirmando hace años es “saludable” y no el delirio de algunas personas fanáticas de “lo natural”.

Lo natural es el apego

Mi madre me contaba que, para la época en que nací, los médicos les indicaban a los padres que dejen llorar al bebé toda la noche, para que aprenda a dormir sin comer durante esas horas. Un día estábamos comentando esto junto a con una tía uruguaya de la misma generación que mi madre. Al escucharlo, recordó que a ella le habían recomendado lo mismo, “pero yo no le hice caso, ni loca dejaba llorar a mi hija”, agregó. Y tiene sentido su desobediencia, porque “lo natural es el apego.”

Los padres y madres que dejan llorar a sus hijos “sufren”. Es insoportable no hacer nada cuando un niñito o niñita lloran; nos desesperamos buscando qué hacer para consolarlos. Sólo la fuerza del saber-poder que les damos a los médicos (que en muchos sentidos es valioso, se lo han ganado y así los necesitamos, idóneos) hace que muchas madres y padres venzan su instinto y consigan dejar llorar a sus hijos. La otra razón, es que ellos mismos han quedado desconectados, un tanto inmunes al llanto, porque los han tratado así cuando fueron pequeños.

Había una vez en Harvard…

De aquí en adelante comparto parte del artículo de la revista de la Universidad de Harvard donde presentan el resultado del trabajo de dos investigadores de la Escuela de Medicina de esa universidad. Ellos afirman que la disposición a dejar llorar a los niños los lleva a ser más temerosos y a llorar más cuando son adultos. En este link pueden acceder a la versión original y completa del original: Children Need Touching and Attention, Harvard Researchers Say.

Michael L. Commons y Patrice M. Miller, investigadores del Departamento  de Psiquiatría de la escuela de Medicina, dicen que en lugar de dejar llorar a los bebés los padres deberían mantenerlos cerca, consolarlos cuando lloran y traerlos a la cama con ellos, donde se sienten seguros.

Ellos observaron prácticas de crianza en los Estados Unidos y en otras culturas y concluyeron que la costumbre de poner a los niños en camas separadas –e incluso en cuartos separados– y de no responder rápidamente a sus llantos puede llevar a incidentes de estrés post traumático y desórdenes de pánico cuando alcanzan la edad adulta.

El resultado del estrés por separación es causal de cambios en el cerebro de los infantes y hace a esos futuros adultos susceptibles de estrés en sus vidas, dicen los investigadores mencionados.

“Los padres deberían reconocer que dejar llorar a sus bebés innecesariamente los daña de forma permanente”, explica Commons. “Produce cambios en el sistema nervioso, por lo que quedan demasiado sensibles a futuros traumas.

De acuerdo a Charles R. Figley, de la Universidad Estatal de Florida, el trabajo de estos investigadores es único porque toma un abordaje interdisciplinario, examinan la función cerebral, el aprendizaje emocional de los niños y las diferencias culturales. En sus palabras, esta investigación “da cuenta de las diferencias interculturales en las respuestas emocionales de los niños y su habilidad para lidiar con el estrés, incluido el estrés traumático.”

Los investigadores dicen que las prácticas de crianza están influenciadas por el temor a que los niños crezcan dependientes, pero que los padres están en el camino equivocado: el contacto físico y la promesa tranquilizadora vuele a los niños más seguros y mejor habilitados para forjar relaciones adultas cuando finalmente encaren la vida por su cuenta. “Haber enfatizado tanto en la independencia ha resultado en efectos secundarios muy negativos”, dice Miller.

La forma en que somos criados imprime un tinte cultural a toda nuestra sociedad, dicen Commons y Miller. En general, a los estadounidenses no les gusta que los toquen y se enorgullecen de la independencia hasta el punto de aislamiento, incluso cuando se encuentran en un momento difícil o estresante.

A pesar de la creencia convencional acerca de que los bebés deberían aprender a estar solos, Miller dice que ella cree que muchos padres “hacen trampa”, mantienen a sus bebitos con ellos en sus cuartos, por lo menos inicialmente. Además, una vez que los niños gatean por todos lados, encuentran el camino hacia el cuarto de sus padres por su cuenta.

Commons y Miller dicen que los padres no deberían temer mantener a sus bebés en “estado de bebés”, más bien deberían sentirse libres de dormir con sus niños infantes, de mantenerlos cerca, tal vez en una cama en la misma habitación y así confortarlos cada vez que lloran. Commons afirma que “existen modos de crecer y ser independientes sin necesidad de hacer atravesar a los bebés por ese trauma. Mi recomendación es mantenerlos seguros, así ellos pueden crecer y asumir algunos riesgos.”

Además de los temores de dependencia, los investigadores comentaron que otros factores también han influenciado nuestras prácticas de crianza, entre ellos, la preocupación de los médicos de que el bebé pueda resultar lesionado si uno de los padres rueda encima de él. Además, la creciente riqueza de la nación ha colaborado con la tendencia hacia la separación, al proporcionar a las familias los medios para comprar viviendas más grandes, con habitaciones separadas para los niños.

Como resultado, Commons and Miller dicen, esta es una nación a la que no le gusta cuidar de sus propios hijos, una nación violenta, marcada por relaciones distantes, sin acercamiento físico entre las personas. “Pienso que existe una resistencia real en esta cultura hacia el cuidado de los niños.” Dice Commons. Porque “el castigo y el abandono nunca han sido una buena forma de conseguir el desarrollo de personas cálidas, afectuosas e independientes.”

Felicidad 24/7 ¿Es realmente lo que nuestros hijos necesitan?

Ilustración de una edición del libro Un mundo feliz de Aldous Huxley

“La felicidad real siempre aparece escuálida por comparación con las compensaciones que ofrece la desdicha. Y, naturalmente, la estabilidad no es, ni con mucho, tan espectacular como la inestabilidad. Y estar satisfecho de todo no posee el hechizo de una buena lucha contra la desventura, ni el pintoresquismo del combate contra la tentación o contra una pasión fatal o una duda. La felicidad nunca tiene grandeza.”

Aldous Huxley (1988) Un mundo feliz. Plaza y Janés Editores. Pag.173 

 

La pesada carga de hacer felices a los hijos todo el tiempo

La especialista en crianza Slovie Jungreis-Wolff dice que un error de criterio que produce niños consentidos e ingratos es la actitudmientras sean felices”.  Ella relata que cada vez que le pregunta a las madres y a los padres qué es lo que desean para sus hijos, la respuesta más común es “que sean felices” y para ella esto no debe ser así. En su artículo dice:

La meta no es la felicidad. La línea de llegada de este juego es el carácter, la bondad, la ética y la moral de los hijos. Cuando todo lo que deseamos son niños felices, haremos cualquier cosa para no lidiar con sus quejas, lágrimas y berrinches. Doblamos las reglas, ignoramos nuestro buen juicio y miramos para otro lado ante el mal comportamiento, todo en el nombre de la felicidad de los chicos.

Entiendo que esto puede sonar extraño o exagerado. Pero léase bien, estas palabras no significan que la felicidad no debe tener lugar en la vida o importa poco. Todos anhelamos momentos de felicidad, esto es absolutamente válido y es bueno sentirse feliz. Sin embargo, tener la expectativa de que los hijos y las hijas nunca sufran, o dicho en positivo, esperar que estén felices las 24 horas del día todos los días de su vida es irreal. Esto no es malo o bueno. Es así, es una condición del vivir. Lo que está mal es producir dolor e infelicidad de manera intencional, ser cruel, abusar.

Retomando el artículo de Solvie Jungreis-Wolff, la felicidad de los hijos e hijas tampoco debe ser el parámetro mediante el cual evaluemos si estamos siendo buenos o malos padres o madres. Cuando existe esta confusión, como vimos, las cosas se ponen complicadas para el desarrollo sano de los chicos.

Por mi parte, creo que hay cierta omnipotencia detrás de esta pretensión de tener hijos eternamente felices. Aun en el contexto más ideal de crianza ¿podemos evitar que nuestros hijos día se golpeen tratando de trepar a un árbol o que su mejor amigo o amiga se vaya a vivir a otra ciudad, que un profesor los saque de un partido deportivo de manera quizás injusta o que algún día les llegue su primer desencanto amoroso? Haremos lo mejor que podemos en lo que de nosotros dependa pero, lamentablemente, no podremos tener nunca el control de todo lo que ocurra en sus vidas.

Algunas infelicidades valen, otras no

Complementando el planteo original, me parece importante comentar la creciente dificultad que tienen los adultos para distinguir cuándo el llanto o el berrinche de un hijo o hija es pura voluntad de poder, pura voluntad de poner el mundo a sus pies y cuándo se trata de un dolor emocional que debe ser contemplado. En el primer caso, el único que está sufriendo es su narcisismo y hay que aprender a correrse de manera saludable de esa demanda. En el segundo caso, hay que aprender a dar contención emocional mediante la escucha empática , teniendo en claro que escuchar no es lo mismo que conceder.

Cuando los padres aprenden a distinguir esta diferencia comienzan a saber cuándo corresponde decir sí y cuándo decir no. Entonces, habrán adquirido los fundamentos que se necesitan para educar a sus hijos e hijas en valores y actitudes imprescindibles para la vida. La educación en valores llega por default, no por imposición moralizante, llega como resultado de la visión que le imprimimos a la convivencia y a la manera en que actuamos ante los eventos cotidianos.

Con menos inspiración que Aldous Huxley pero con igual convicción, afirmo que la autoestima, la confianza y la felicidad se ganan cuando hemos conseguido las cosas por nosotros mismos. No es lo mismo darles a los chicos algunos soportes básicos y alguna ayuda que hacer todo por ellos. Puedo conseguirle una raqueta usada a mis chicos y llevarlos a algún lugar para aprender a jugar al tenis, pero serán ellos quienes tendrán que transpirar la camiseta para conseguir su performance. Me encuentro con tantos niños y niñas a quienes se les ha hecho creer que sus logros dependen más de sus padres o de las cosas que poseen que de su propio esfuerzo personal. Realmente imaginan que poniéndose el disfraz de Del Potro o Federer alcanza (gracias a un esfuerzo de tiempo y dinero totalmente a cargo de papá y mamá o algún otro familiar). Pero resulta que casi tan rápido como se han vestido de tenistas, aparece la frustración y el desaliento cada vez que ven que la cuestión depende de ellos. Así transcurre una y otra vez con estos chicos, se la pasan soñando y abandonando todo lo que emprenden.

En palabras de Jungreis-Wolff

La respuesta para una vida feliz no está en los premios, los juguetes o en nunca experimentar molestias. El placer y la alegría llegan cuando hay un sentimiento de contentamiento. Aprender a estar satisfechos con lo que tenemos y agradecidos por lo que nos han dado crea la felicidad. Hacer que los niños se sientan como si fueran el centro de nuestro universo desde el momento en que son pequeños los vuelve arrogantes.

Niños felices, adolescentes insolentes

Como consecuencia de lo dicho, estoy viendo con mucha preocupación los serios problemas de inmadurez emocional y de falta de autoconfianza, iniciativa y sensibilidad hacia el prójimo que tienen, cada vez más, chicos y chicas de todas las clases sociales. Un problema que se agrava a medida que entran en la adolescencia. Esos niños felices se transforman en adolescentes malhumorados, desanimados, indolentes y quejosos que creen que “sus padres y el mundo les debe todo” (ni siquiera algo). Peor aun, no soportan la incomodidad natural que trae el vivir y muchos de ellos encuentran un escape (aparentemente) fácil en el mundo del alcohol y las drogas, un mundo que tienen muy a la mano todo el tiempo

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¿Qué vas a hacer cuando seas grande?

Hombre develando el futuro

Un deseo es una monedita lanzada al futuroEl deseo cumple una función de enlace: integra la experiencia presente con el futuro, donde reside su cumplimiento, y con el pasado, que culmina y se compendia en él.

Irving y Miriam Polster (1985)

Ahora voy a estudiar música

Durante un taller para familias, una mujer contó la historia de un muchacho que, apenas se recibió de médico que fue con sus padres y les dijo: “Ahí tienen mi diploma, ahora me voy a estudiar música”. Y nunca jamás ejerció la medicina. Más que una anécdota, esto es una tragedia. Imaginen el esfuerzo y los años de vida que perdió para poder sentirse con derecho a estudiar y hacer lo que quería.

Cabe que nos preguntemos también ¿sobre qué tipo de creencias acerca de la crianza se habrán apoyado sus padres a la hora de imponer semejante sentido de obligación en su hijo? Cuesta imaginar las cosas que le habrán dicho para convencerlo de postergar su deseo más profundo. No hay nada de amor en la voluntad de control.

Yo misma soy una de esas hijas que querían ser bailarina primero, pintora después y terminé siendo maestra, qué horror. ¡Maestra! ¡Con lo espantoso que fue mi etapa de alumna de primaria! En mi experiencia de aquella época, si había personas con cero mísitca habían sido mis maestras (excepto una). Pero hay que pensar en el futuro, decían mis padres, la pasión es para después (qué tristeza), para cuando ya se tuviera dinero y seguridad. ¿Conocen personas excelentes y creativas y proactivas haciendo cosas que no aman? Creo que eso no existe.

Esa experiencia solo me trajo me trajo inseguridad respecto de mí misma y de la validez de mis elecciones. Gracias a Di-s a veces tenemos la oportunidad de cruzarnos con ese evento que parece intrascendente, pero que termina poniéndole una bisagra a la vida y lo cambia todo. Así fue cuando conocí la Expresión Corporal, justo en sus inicios, y retomé mi rumbo más querido. De ahí en más todo fue para mejor. No fue rápido, pero siempre para mejor.

“Animarse a andar en bolas”

En la vida de todos hay momentos en que entramos en detenimiento, como si nos pulsaran un botón de pause. Son momentos en los que ya no sabemos bien lo que queremos ni como seguir. Continuamos rutinariamente con nuestras tareas, en automático, y aunque no vemos exactamente ni-dónde-ni-cómo-ni-cuándo, en el fondo, sabemos que la cosa está empezando a ir para otro lado.

Todo lo que vengo escribiendo hasta aquí me surgió hace unos días, cuando vi una inspirada presentación de Lala Pasquinelli en la que comparte una poderosa cita de Fernando Pessoa, punto de partida de un cambio de perspectiva que habría de influir profundamente en su vida:

Hay un tiempo en el que es preciso abandonar las ropas usadas que ya tienen la forma de nuestro cuerpo, y olvidar nuestros caminos que nos llevan siempre a los mismos lugares…

Es el tiempo de la travesía: y si no osamos hacerla, quedaremos, para siempre, al margen de nosotros mismos…”

Te invito a ver su charla haciendo clic aquí

lala-pasquinelli

No sé y Por ahora

Lamentablemente, estos detenimientos de los que hablaba más arriba suelen suceder durante la adolescencia y, quizás no por casualidad, en el momento en que la familia y el calendario escolar (no el vital) les pide a los hijos y a las hijas que tomen decisiones que atañen a su futuro. Muy mal momento, porque como dice Lala, están bastante incómodos con las ropas que llevan y sin saber todavía cuáles quieren ponerse.

Y cuando esto pasa, los padres enloquecen y hacen todo lo contrario de lo que deberían hacer: preguntan, insisten, opinan… Cuanto más presión les ponen a sus hijos e hijas, más bloqueo. Y de ensimismados, soñadores y un poco en bolas pasan a deprimidos y enojados, porque al no poder encontrar la respuesta que todo su entorno les dice que deberían tener comienzan a sentirse fallados, que algo anda mal con ellos.

Aquí es donde adoré y decidí transformar en premisas las dos formas de responder al futuro (siempre incierto) que Lala adoptó para sí misma:

Aprende a soportar que tus hijos e hijas se queden quietos y digan “no sé” cuando realmente no saben

Y dado que nadie nada dos veces en el mismo río, hazles saber que aquello que les pueda ir apareciendo que les de un sentido significativo a sus vidas, siempre es un “por ahora”.

No obliguemos a nuestros hijos e hijas a dirigirse a ningún puerto cuando todavía no tienen la brújula interna que les brinde alguna pista del lugar al que quieren ir. Dejemos que se sumerjan tranquilos en las aguas inquietas de sus todavía difusos deseos. Solo así, entre los “no sé” y los “por ahora”, podrán darse cuenta en donde se sienten más cómodos.

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